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'No habÍa nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareciÒ a Alicia muy extraÛo oÍr que el conejo se decÍa a sÍ mismo: 'âDios mÍo! âDios mÍo! âVoy a llegar tarde!' (...). Pero cuando el conejo se sacÒ un reloj de bolsillo del chaleco, lo mirÒ y echÒ a correr, Alicia se levantÒ de un salto, porque comprendiÒ de golpe que ella nunca habÍa visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de Él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegÒ justo a tiempo para ver cÒmo se precipitaba en una madriguera que se abrÍa al pie del seto.'