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La Alhambra ha sido objeto de múltiples miradas a lo largo de la historia. Desde el siglo XVIII la mayoría de los estudios sobre el monumento se centraron en la época nazarí y en el legado artístico hispanomusulmán. El fervor orientalista y el interés por lo exótico incentivaron a un buen número de viajeros a visitar la Alhambra y a relatar su experiencia alentando así aún más el interés por el monumento y el legado islámico. En la Edad Moderna, sin embargo, la Alhambra fue apreciada fundamentalmente como símbolo de la unidad política, cultural y religiosa conseguida por la Monarquía después de la conquista de 1492. Las investigaciones centradas en este período histórico irremediablemente han de ser testigo de este nuevo rol simbólico asignado a la Alhambra, que de algún modo se pone de manifiesto también en el programa de obras reales llevado a cabo en la ciudad palatina desde el reinado de los Reyes Católicos hasta el siglo XVIII.
El carácter palatino y militar del recinto determinó la singularidad de la Alhambra como centro del poder político del reino nazarí y posteriormente en época cristiana, incluso cuando la Corte solo residiera ocasionalmente en la ciudadela.