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Hay un algo en esta novela de espÃritu decadentista fin de siècle, pero no cifrado en términos de petulante fragancia de rosas marchitas sino más bien en tanto que optimismo melancólico, imposible, pues. Como si la derrota no fuese un ir, sino un quedarse. A pesar de ese spleen (post)literario, hay menos aquà de Baudelaire que de Valle Inclán. Se trata más bien del relato de los contornos (necesariamente) borrosos de una pasión y no tanto el demorarse en los pliegues del erotismo efÃmero, pero eterno. AsÃ, para lo que nos importa del relato, los antes y los después son los que conforman el verdadero presente del mismo. O dicho de otra manera: pesa más la prevención y el espanto que el puro goce sensorial. No digo que no lo haya, esa fruición por el verbo, por querer encenderlo, pero pesamás el distanciamiento estético-, o la relatividad-, por ponerlo en términos del propio MartÃn Parra. Me complazco en pensar que no he dependido nunca de otra cosa que no fuese el enfoque-, escribeel autor bien al principio del texto.