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No sucediÒ como en ninguna novela, como en ninguna pelÍcula: mi cabeza sufriÒ un colapso, o todo lo contrario, el abordaje de un sinfÍn de clÄusulas morales que no recordaba haber firmado nunca en el contrato con la vida. Pero tampoco podÍa ser tan est×pido de quedarme contemplando la asfixia del firmamento, menos a×n aquel cadÄver todavÍa hirviente, cerrÉ la puerta del coche, arranquÉ y, con el pie tembloroso de excitaciÒn, pisÉ el acelerador para escapar de allÍ lo mÄs rÄpido que pude. Ideas fuera de control, su flujo indeciso entre la razÒn y la locura, persistÍan en ocupar la bÒveda completa de mi crÄneo.