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Jóvenes o viejas, ricas o pobres, señoras o campesinas; todas son platos que el enorme deseo de posesión de Don Giovanni no puede dejar de catar. Tras él, su sirviente le facilita las jugadas y le cubre las retiradas, obteniendo más golpes que recompensas con faldas. Una carrera de libertino, sin respetar a nada ni a nadie, que tendrá su final cuando la estatua del comendador muerto se aparezca para restablecer el orden moral conculcado.
Mozart aunó en esta obra su dominio de los géneros operísticos serio y bufo, con apariciones y castigos ultramundanos. Con ello consiguió presentar una nueva versión de la leyenda de Don Juan diferente a todas las anteriores y posteriores, donde la música realza las situaciones y la psicología de los personajes elevándolos a una superior dimensión.