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En el panorama del Quattrocento italiano Piero della Francesca es uno de sus maestros mÄs originales, una isla en el territorio de frontera que es la segunda mitad del siglo xv. Llevado por la curiosidad del humanismo, el mundo soltaba los ×ltimos lastres tardomedievales para adentrarse en nuevos escenarios sociales, econÒmicos y culturales sobre los que se construirÍa la Edad Moderna. Piero es una figura clave, una bisagra, entre las historias antiguas y moralizantes de la Edad Media y el arte del Renacimiento. Su obsesiÒn por reducir sus composiciones a las proporciones divinas de la geometrÍa, el gusto refinado por la simetrÍa en la fusiÒn y la alternancia de las formas y los colores y la observaciÒn entre cientÍfica y poÉtica de la naturaleza, constituyen el carÄcter inconfundible de su obra, a la vez monumental y sensible. Sin embargo, casi noventa aÛos despuÉs de la muerte del pintor, Michel de Montaigne pasarÍa por el lugar donde naciÒ y muriÒ, Borgo del Santo Sepolcro, sin hacer menciÒn alguna en su diario ni de Él ni de ninguna de sus obras: ni una sombra, ni un recuerdo, la memoria del artista no habÍa llegado al siglo.