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Miguel Veyrat plantea la renovada aspiración a la plenitud y al silencio desde el desasosiego y la porfía verbal de su personaje el debate interior de una voz en pos de un conocer trascendente más allá de la experiencia pero desde sus agresiones y sus contingencias.
Contradicción íntima del hermetismo y de la poesía del silencio que, en los poetas de verdad, más allá de la mera metapoesía, es la que hace posibles los fulgores del hallazgo, si no la comunicación a un lector dispuesto a la entrega activa.
Los textos del extenso conjunto que es La voz de los poetas, décimo del autor, prolongan el debate y su representación en condiciones semejantes y amplían sus registros a un nutrido homenaje literario y a una presencia más explícita de la corporeidad y la circunstancia. A lo largo de sus tres partes se perfila una línea argumental que recoge lo esencial de la singular trayectoria de este poeta en equilibrio difícil entre la abundancia y la depuración, el ímpetu y la contención, el vitalismo y la mística.
Casi siempre más es menos, sobre todo si de poesía del silencio se trata. Pero La voz de los poetas enfoca las vías del conocimiento más que su objeto último y subraya el conflicto y la violencia del transcurso, el asedio interminable a lo que se intuye del otro lado del abismo: la cantidad es aquí un signo necesario para la lógica de este libro intenso, agitado y desbordante cuya mejor faceta no es, para mí, lo que se ha llamado el barroquismo del silencio+, sino el logro de sencillas canciones memorables.
FRANCISCO DIAZ DE CASTRO